
En este segundo capítulo de "Cal y arena", y tras haberme ganado el infierno menoscabando el respeto merecido por alguien tan valioso como Sir Isaac Newton, me descubro desnudo y desamparado ante un deber adquirido voluntariamente, aunque no por eso menos importante, sino todo lo contrario.
Porque hoy toca: Albert Einstein.
Albert Einstein, cuyo nombre es más conocido que los más conocidos futbolistas, es, ni más ni menos, considerado el padre de la física contemporánea y complementos.
Su extremada lucidez y preclaridad le llevaron, trabajando en la oficina de patentes de Zürich (por necesidad más que otra cosa) a desarrollar una de las teorías científicas más complejas que puedan asimilarse con la intuición. Nada más y nada menos que la famosa (que no comprendida, lo qual no alcanzo a entender) Teoría (sí, con mayúscula) de la relatividad.
Los padres de la madre de E=mc^2 son un sueño demasiado lúcido como para ser considerado tal, y una brújula que, al parecer, le regaló su tío cuando era niño.
La fuerza, confesó él mismo, que impulsaba a la aguja a mantener siempre la misma dirección, por eso de ser invisible, se le antojaría algo parecido a la magia de Harry Potter. Pero ÉL quiso saber POR QUÉ. Y ahí se mantuvo, largos años, la idea latente en la mente del joven Einstein, esperando ser soñada en un contexto lo suficientemente apropiado (el aburrimiento de una oficina de patentes puede llegar a ser muy inspirador, como esta historia muestra) como para convertirse en una de las teorías más revolucionarias de la historia. Se mantiene el misterio, pero alcanzar una teoría unificada de campos fué el motor principal de su pensamiento, donde germinó la teoría de la relatividad.
No olvidemos que, sin ella, tendríamos vetado el camino a las estrellas que tan próximo nos espera para abrirnos las puertas al universo. El futuro de la humanidad (especialmente viendo la importancia que le dan los EEUU al medio ambiente) terminaría en ruina total sin su conocimiento. Disponemos de la energía que necesitamos gracias a la fisión y (pronto, esperemos) la fusión nuclear, inconcebible sin la teoría de la relatividad de Einstein.
La misma teoría, vamos, responsable de desastres históricos como la chapuza de Chernobil, la bomba atómica, cánceres de todo tipo, mutaciones genéticas, y un largo etcétera de despropósitos que han provocado más muerte y dolor que todas las batallas de Napoleón Bonaparte (ahí es ná).
Peeeeeeeeeeeeero. Era un buenazo (a los ojos de la historia). Y yo lo creo.
La intención, dicen, es lo que cuenta. Aunque también dicen que el infierno está empedrado de buenas intenciones... Para que te fíes de la sabiduría popular...
El responsable de tanta muerte y tanta guerra fué, paradójicamente, una de las almas más pacifistas que hayamos podido disfrutar. Pero en plan activista y todo ¿eh? no te creas... En esa época (tan macartista por otra parte) el FBI llegó recopilar más de 4000 páginas relatando las distintas y diversas acividades de Einstein como agente secreto de los comunistas (staban paranoicos, no lo olvidemos).
Weno. Se supone que debo sacar a relucir lo malo de gente a la que, en realidad, admiro. Esta vez me cuesta un montón y me siento en la necesidad orgánica de ir a confesarme después de postear esto, pero debo...
Lo peor, en mi opinión, de este hombre, ya os lo he dicho. Tanta muerte es difícil de digerir.
Ahora os vomitaré lo peor, ya no en mi opinión, sino en el de la corrección política.
¿Preparados?
¿Listos?
¡YA!
Señoras y señores, damas y caballeros, (niños y niñas, no. A la cama).
Albert Einstein era MISÓGINO.
¡ARGH!
Para él, una mujer y un perro se distinguían en que la mujer podía cocinar y el perro podía ser su mejor amigo (de él, no de ella).
Nunca aceptó que una mujer pudiera tener derecho a voto como un hombre.
(Dios, perdóname).
Por otro lado, y aunque muy probablemente la mecánica cuántica hubiera tardado más en aparecer sin él, Einstein jamás aceptó una física que demostrara la invalidez del principio de causalidad como un absoluto, según el cual todo efecto tiene una causa (experimentos que corroboran fenómenos como el efecto túnel dejan claro que el principio de causalidad no es necesario a escalas subatómicas).
Si no me parte un rayo en los próximos días, preparáos para el tercer episodio de Cal y Arena.
Con llagante pesar,
Norl.